domingo, 9 de junio de 2013

La Pesca Milagrosa (Fragmento de la Película Jesús de Nazareth)



Jesús usaba parábolas cuando predicaba a la gente. Las parábolas son ejemplos de cosas conocidas y cotidianas para enseñar cosas espirituales, invisibles pero muy útiles (Mateo 13:34-35).
Durante sus últimos tres años estuvo acompañado por los apóstoles recorriendo su país. Cuando pasaba cerca del Mar de Galilea, un lago en el que había pescadores dijo algunas parábolas que poniendo ejemplos de la profesión de sus oyentes, enseñaban cosas celestiales y venideras.
Sobre la salvación del alma dijo muchas parábolas, entre ellas la de la perla preciosa: "También el reino de los cielos es semejante a un comerciante que busca buenas perlas, y al hallar una perla preciosa, fué vendió todo lo que tenía y la compró." ¿Qué nos enseña? La perla preciosa es la salvación del alma. El comerciante tenía bienes, esto es que cuando nos predican el evangelio y aceptamos a Jesús tenemos que dejar otros valores que como "viejo hombre terrenal" teníamos (vicios o pecados como mentir, robar, borracheras, drogas, fornicación, apuestas, ocultismo, etc.) y aceptar el valor que nos da la vida eterna en el paraíso (Mateo 13:45).
La siguiente parábola es sobre lo que ocurre inmediatamente después de morir en esta vida. Jesús pone ejemplos cotidianos de los pescadores para explicarlo. Al morir los humanos, somos como los peces en la red de un pescador. Dios manda a sus ángeles para separar los peces comerciales de los malos que nadie quiere consumir. Los buenos se separan en cestas para el paraíso y los malos se tiran o entierran. Jesús aclara que allí, en el infierno para los malos, serán echados en el horno de fuego; allí será su lloro y crujir de dientes. Pregunto: si la persona ya ha fallecido, qué importa lo que se haga después con el cuerpo? La respuesta es que Jesús no habla del cuerpo, sino del alma que al morir la persona, comparece ante Dios. El cuerpo no importa si se entierra, quema, o lo que sea.
Fué en el Mar de Galilea donde Jesús andó sobre el mar en presencia de sus discípulos (Mateo 14:22). Allí hizo un milagro en un día que sus futuros discípulos no pescaron nada.  Parece contradictorio que un pez quiera meterse en las redes de un pescador para salvarse, sin embargo, hay una tragedia inmensa en el mar en el que viven los peces. Los peces la conocen, el mar dejará de tener vida y los peces dan vueltas al lago y no encuentran salida. Un pescador sale para pescar, no para matar los peces, sino para sacarlos del mar que está a punto de perecer y llevarlos a un paraíso eterno donde no tendrán temor jamás. Así es la vida de cualquier ser humano, vive sabiendo que un día morirá, que Dios lo creó y le pedirá cuentas. Incluso los que lo niegan, lo piensan una y otra vez y esto es porque no acaban de convencerse que Dios no existe y que con la muerte se acabó todo.
Esta parábola es tan real hoy en día como en el siglo I. En estos 2.000 años, Jesús ha dado redes a sus pescadores (el evangelio a los cristianos) y en ocasiones, la pesca ha sido milagrosa. Si en tiempos de Jesús pescaron 153 peces de gran valor, hoy en día siguen quedando millones por pescar.
En esta guerra espiritual entre el bien y el mal para salvar almas, ambas partes actúan para que la decisión final que tiene cada individuo se incline a su favor.
Dios quiere que todas las personas sean salvas y Satanás quiere que se pierdan en el infierno eterno. En esta vida trágica donde la paz espiritual es transitoria y la guerra invisible, totalmente personal y confusa, cada cual debe tomar una decisión sobre aceptar o no a Jesús como Señor y Salvador de su vida. Satanás ofrece mil escusas (ganancias deshonestas, libertinaje y cualquier pecado) para que la persona rechace a Jesús y se pierda eternamente.
Ahora, en el siglo XXI suceden cosas, que a mí, la verdad, me estremecen. Supongo que en cualquier siglo han habido personas diciendo lo mismo, pero dejen que les cuente una especie de parábola:
Un pescador iba con su barca para pescar peces y salvarlos del mar que iba a perecer. Otro pescador le salió al encuentro dispuesto a corromperlo y transformarlo en un asesino. Lo amenazó para que le entregara su vida en obediencia a sus perversidades. El buen pescador se negó y trató de ponerle la cabeza en su sitio y que utilizara su vida para salvarse y salvar a otros peces. No se pusieron de acuerdo y el pescador malo se dispuso a matar al bueno.
En la pesca milagrosa, otros pescadores ayudan al que tiene las redes llenas y casi se rompen, pero en este caso, nadie ayuda al pescador bueno. La familia, conocidos y otros pescadores le dan la espalda, diciendo que se olvide de todo, pero nadie investiga lo que hay dentro de las redes, les da reparo o es que no quieren ver la verdad.
Después de un tiempo, el pescador bueno es creído por la policía, pero sigue con las redes llenas y su problema no se resuelve del todo. Su situación se alivia con mucho peso de encima que le quita la policía, pero falta diálogo y Satanás actúa con fuerza en todas direcciones. Todas las partes se quedan atónitas, viendo el gran poder que tienen el bien y el mal cuando se enzarzan. Los peces se vuelven en contra del pescador bueno, le estropean la barca, las redes, su economía y si no llega a rajar su propia red y dejar salir  a los peces que Dios llama de gran valor, ya se veía hundido. Los peces decían al pescador: "haremos todo lo que nos digas" pero era mentira. El pescador les decía "id a iglesias" pero ningún pastor enviaron para que hablara con él y le ayudara a tirar de la red.
Todo esto hace el pescador para salvar el barco, la red y su vida que Dios le ha dado. Se retira a tierra para reparar la barca, remendar las redes y espera que los peces sobrevivientes aprendan colaboración y obediencia. Les deja las puertas abiertas para dialogar un día y unas horas determinadas a la semana, pero los peces ya se han acostumbrado a vivir en la fatalidad y no quieren salvarse.

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